La fuerza de las creencias, el deseo de justicia y el apetito por el poder.El gran aporte de Zizek es la introducción del concepto lacaniano de goce en el análisis social y político. En el fondo, la rehabilitación de un concepto de naturaleza humana. La idea es que el goce, que es la sustancia de la vida, tiende a la inmoderación. Todos queremos más goce y eso no es posible. Para frenar el goce, y hasta su apetencia, está la ley. La fijación social, legítima, de los derechos y deberes de las personas. Pero Zizek reclama que la regulación social del goce tiende a fracasar por lo que llama la “pérdida de eficacia del orden simbólico”. Se trata del desprestigio de cualquier autoridad, empezando por el padre, y de la incapacidad resultante de encausar la inquietud humana hacia “fines elevados”. Entonces, como la sublimación no es posible lo que prima es el imperativo del goce. La impulsividad desenfrenada. Y este primado es más gravitante en los sectores más influyentes. El poder tiende a ser obsceno, mentiroso y manipulador. De otro lado la pulsión voraz del capitalismo por producir más excedentes tampoco puede tener una regulación plausible. Al contrario esa pulsión lleva a fomentar el desenfreno en el consumo y la especulación. El sistema está podrido. Vivimos solo de la inercia de la tradición, de lo que Zizek llama “interpasividad”. No nos damos cuenta –aún- que vivimos en el aire, a punto de caernos. Al respecto, Zizek se refiere, una y otra vez, al dibujo animado del coyote que persiguiendo al correcaminos ha abandonado tierra firme, que está en el aire pero aún no cae porque no se ha dado cuenta de su situación. Este diagnóstico hace pensar en Nietzsche cuando decía la muerte de Dios, y la caída del cielo, significaba, aún cuando la gente no se diera cuenta, que ya no tenemos un piso sobre el cual caminar, que estamos, otra vez, en el aire, que es necesario una transformación radical de todos los valores de dónde surgirá un hombre nuevo, un “superhombre”. Pero a diferencia de Nietzsche, Zizek no ofrece alternativa. Salvo esperar un “acontecimiento”, un milagro. Hay que mantener viva la fe en el mito dice Zizek, aunque en el momento no tengamos ninguno. No habrá ningún Dios en el altar pero las luces están prendidas, en señal de espera. No sin razón, Laclau dice que Zizek está esperando a los marcianos. Y Zizek le responde que el populismo no es lo suficientemente bueno pues tiende al fascismo y al recorte de las libertades en función de un dios menor como es la nación o el pueblo.
En la misma corriente se podría inscribir la obra de Giorgio Agamben, en especial su redescubrimiento de la arbitrariedad como el fundamento de la ley y el derecho. Las teorías contractualistas que identifican en el pueblo el detentor de la soberanía -el derecho de mando y la capacidad de normar la vida- olvidan, según este autor, que el llamado estado de excepción es cada vez más la regla de funcionamiento de los sistemas políticos. En realidad, el poder soberano lo detenta quien es capaz de decretar el estado de excepción, o de sitio; es decir, la anulación de la legalidad. Ahora bien, suspendida la ley, los ciudadanos dejan de tener derechos, pasan a convertirse en “parias”, en la figura del “Homo sacer”. O sea, en gente que puede ser detenida o asesinada, que ha sido reducida a una condición animal. El mayor peso que va cobrando el estado de excepción significa el fortalecimiento de un poder soberano de carácter fáctico y la correlativa pérdida de derechos de los ciudadanos. Agamben cita con frecuencia los casos de Guantánamo y de los campos de reclusión de los inmigrantes en Italia. No hay cargos, no hay defensa, la gente puede ser detenida indefinidamente. Es indudable que Agamben ha teorizado con mucha precisión lo que sucede en los campos de concentración. También la tendencia de los Estados a la biopolítica, al manejo de la vida de los ciudadanos como si fueran “poblaciones” que necesitan ser cuidadas pues son incapaces de deliberar. No obstante, su diagnóstico sobre la extensión creciente del estado de emergencia es quizá demasiado alarmista. De hecho, el poder soberano también está en el pueblo de manera que el régimen que pretende acapararlo termina por ser víctima de una insurrección. Tal es la lección de Egipto y hasta de la propia Italia de Agamben donde Berlusconi está siendo finalmente enjuiciado; es decir, ya no está encima de la ley declarando que sus enemigos están fuera de la ley.
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