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Wednesday, November 14, 2012

Slavoj Zizek -Why Obama is more than Bush with a human face

How did Barack Obama win re-election? The philosopher Jean-Claude Milner recently proposed the notion of the "stabilising class": not the old ruling class, but all who are committed to the stability and continuity of the existing social, economic and political order – the class of those who, even when they call for a change, do so to ensure that nothing really will change. The key to electoral success in today's developed states is winning over this class. Far from being perceived as a radical transformer, Obama won them over, and that's why he was re-elected. The majority who voted for him were put off by the radical changes advocated by the Republican market and religious fundamentalists.




But long term, is this enough? In his Notes Towards a Definition of Culture, the great British conservative TS Eliot remarked that there are moments when the only choice is between heresy and non-belief, when the only way to keep a religion alive is to perform a sectarian split from its corpse. Something like this is needed to break out of the debilitating crisis of western societies – here Obama clearly did not deliver. Many disappointed by his presidency held against him precisely the fact that the core of his much-publicised "hope" proved to be that the system can survive with modest changes.



So should we write Obama off? Is he nothing more than Bush with a human face? There are signs which point beyond this pessimistic vision. Although his healthcare reforms were mired in so many compromises they amounted to almost nothing, the debate triggered was of huge importance. A great art of politics is to insist on a particular demand that, while thoroughly realist, feasible and legitimate, disturbs the core of the hegemonic ideology. The healthcare reforms were a step in this direction – how else to explain the panic and fury they triggered in the Republican camp? They touched a nerve at the core of America's ideological edifice: freedom of choice.



Saturday, January 7, 2012

Gonzalo Portocarrero: entre lo sagrado y lo profano

Saturday, March 12, 2011

Del mito revolucionario a la exigencia de una gobernabilidad democrática

La fuerza de las creencias, el deseo de justicia y el apetito por el poder.
El gran aporte de Zizek es la introducción del concepto lacaniano de goce en el análisis social y político. En el fondo, la rehabilitación de un concepto de naturaleza humana. La idea es que el goce, que es la sustancia de la vida, tiende a la inmoderación. Todos queremos más goce y eso no es posible. Para frenar el goce, y hasta su apetencia, está la ley. La fijación social, legítima, de los derechos y deberes de las personas. Pero Zizek reclama que la regulación social del goce tiende a fracasar por lo que llama la “pérdida de eficacia del orden simbólico”. Se trata del desprestigio de cualquier autoridad, empezando por el padre, y de la incapacidad resultante de encausar la inquietud humana hacia “fines elevados”. Entonces, como la sublimación no es posible lo que prima es el imperativo del goce. La impulsividad desenfrenada. Y este primado es más gravitante en los sectores más influyentes. El poder tiende a ser obsceno, mentiroso y manipulador. De otro lado la pulsión voraz del capitalismo por producir más excedentes tampoco puede tener una regulación plausible. Al contrario esa pulsión lleva a fomentar el desenfreno en el consumo y la especulación. El sistema está podrido. Vivimos solo de la inercia de la tradición, de lo que Zizek llama “interpasividad”. No nos damos cuenta –aún- que vivimos en el aire, a punto de caernos. Al respecto, Zizek se refiere, una y otra vez, al dibujo animado del coyote que persiguiendo al correcaminos ha abandonado tierra firme, que está en el aire pero aún no cae porque no se ha dado cuenta de su situación. Este diagnóstico hace pensar en Nietzsche cuando decía la muerte de Dios, y la caída del cielo, significaba, aún cuando la gente no se diera cuenta, que ya no tenemos un piso sobre el cual caminar, que estamos, otra vez, en el aire, que es necesario una transformación radical de todos los valores de dónde surgirá un hombre nuevo, un “superhombre”.

Pero a diferencia de Nietzsche, Zizek no ofrece alternativa. Salvo esperar un “acontecimiento”, un milagro. Hay que mantener viva la fe en el mito dice Zizek, aunque en el momento no tengamos ninguno. No habrá ningún Dios en el altar pero las luces están prendidas, en señal de espera. No sin razón, Laclau dice que Zizek está esperando a los marcianos. Y Zizek le responde que el populismo no es lo suficientemente bueno pues tiende al fascismo y al recorte de las libertades en función de un dios menor como es la nación o el pueblo.

En la misma corriente se podría inscribir la obra de Giorgio Agamben, en especial su redescubrimiento de la arbitrariedad como el fundamento de la ley y el derecho. Las teorías contractualistas que identifican en el pueblo el detentor de la soberanía -el derecho de mando y la capacidad de normar la vida- olvidan, según este autor, que el llamado estado de excepción es cada vez más la regla de funcionamiento de los sistemas políticos. En realidad, el poder soberano lo detenta quien es capaz de decretar el estado de excepción, o de sitio; es decir, la anulación de la legalidad. Ahora bien, suspendida la ley, los ciudadanos dejan de tener derechos, pasan a convertirse en “parias”, en la figura del “Homo sacer”. O sea, en gente que puede ser detenida o asesinada, que ha sido reducida a una condición animal. El mayor peso que va cobrando el estado de excepción significa el fortalecimiento de un poder soberano de carácter fáctico y la correlativa pérdida de derechos de los ciudadanos. Agamben cita con frecuencia los casos de Guantánamo y de los campos de reclusión de los inmigrantes en Italia. No hay cargos, no hay defensa, la gente puede ser detenida indefinidamente. Es indudable que Agamben ha teorizado con mucha precisión lo que sucede en los campos de concentración. También la tendencia de los Estados a la biopolítica, al manejo de la vida de los ciudadanos como si fueran “poblaciones” que necesitan ser cuidadas pues son incapaces de deliberar. No obstante, su diagnóstico sobre la extensión creciente del estado de emergencia es quizá demasiado alarmista. De hecho, el poder soberano también está en el pueblo de manera que el régimen que pretende acapararlo termina por ser víctima de una insurrección. Tal es la lección de Egipto y hasta de la propia Italia de Agamben donde Berlusconi está siendo finalmente enjuiciado; es decir, ya no está encima de la ley declarando que sus enemigos están fuera de la ley.