Se trata del poema más celebre de Hentley escrito en el mismo año de su muerte. Los versos son trascendentes puesto que eran aquellos que Nelson Mandela se recitaba a sí mismo durante sus años en prisión por las políticas racistas en Sudáfrica. El temple de uno de los hombres más importantes del siglo XX radica en las atinadas y poderosas palabras del escritor inglés, quien no tiene miramientos en retratar algunas de las joyas de la existencia humana: la esperanza, la libertad y la resistencia.
Más allá de la noche que me cubre,
negra como el abismo insondable,
doy gracias a los dioses que puedan existir
por mi alma inconquistable.
negra como el abismo insondable,
doy gracias a los dioses que puedan existir
por mi alma inconquistable.
En la azarosas garras de las circunstancias
no he gemido ni llorado.
Sometido a los golpes del azar
mi cabeza sangra, pero está erguida.
no he gemido ni llorado.
Sometido a los golpes del azar
mi cabeza sangra, pero está erguida.
Más allá de este lugar de ira y llantos
yace sino el horror de la sombra,
Y aún la amenaza de los años
me halla y me hallará sin temor.
yace sino el horror de la sombra,
Y aún la amenaza de los años
me halla y me hallará sin temor.
No importa cuán estrecha sea la puerta,
cuán cargada de castigos la sentencia,
soy el amo de mi destino,
soy el capitán de mi alma.
cuán cargada de castigos la sentencia,
soy el amo de mi destino,
soy el capitán de mi alma.
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