Thursday, June 20, 2013

El Poema Más Bello del Mundo

Cada vez que yo pasaba por la casa donde vivió Stephane Mallarmé, rue de Rome, Distrito XVII, París, para tomar mi metro, miraba la placa de bronce que informaba que allí había vivido el poeta a fines del siglo diecinueve, y es en ella donde se celebraban los famosos martes literarios que frecuentaban los grandes poetas simbolistas: Rimbaud, Verlaine, Valery, Lecompte-de-Isle quienes habían coronado a Mallarmé como el Príncipe de los Poetas, y le habían ceñido la Corona de Laurel, como en los Juegos Olímpicos de la antigua Grecia.
Había sido un poeta oscuro y legendario, oscuro porque sus cincelados versos parnasianos “oscurecían la oscuridad” de sus enigmáticos poemas, y en los últimos años de su vida se había dedicado obsesivamente a escribir “El Libro Perfecto” cuya ejecución puntual y verdadera se describía en un folleto titulado “A Propósito del Libro”, publicado poco antes de su muerte ocurrida en 1898. Explicaba cuántas páginas debía tener este mítico libro, qué formato, qué tipografía, qué papel y de qué gramaje, qué carátula, cómo y por cuántas personas debería ser leído ante el público, y cuántas personas deberían asistir a esa lectura. Porque el Libro Perfecto no podía ser otra cosa que un libro de poemas; qué duda cabe! que contuviese en sus páginas toda la belleza y la sabiduría del mundo, y no una vulgar novela, que era para alimento de las masas, como aquellos esperpentos “naturalistas” de Zolá cuyos capítulos venían en el suplemento de los periódicos, para atraer a la ignorante clase media incipiente que agotaba la edición. No por nada los simbolistas despreciaban a los burgueses arribistas, de esos que pueblan las novelas de Balzac.

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