Friday, March 29, 2013

Anna Karenina

Anna viaja a Moscú desde San Petersburgo, donde vive con su marido Karenin, un viejo y mustio funcionario, para convencer a la esposa de su hermano de que perdone sus infidelidades; allí conoce al Conde Vronsky, un casanova que la persigue y la enamora; paralelamente está la historia de Levin, un terrateniente de integridad inexpugnable, atormentado por sus reflexiones sobre la vida y la muerte, que llega a Moscú a pedir la mano de Kitty, concuñada de Anna, enamorada de Vronsky. Los destinos de Anna y Levin no se tocan, son caminos centrifugados por la misma fuerza que corren en sentidos distintos.
Cuando Levin decide volver al campo se cruza con Anna mientras caminan en direcciones opuestas, sin verse.  La enorme tierra rusa, su paisaje nevado e infinito, se vuelve real. Levin no pertenece al mundo falso de la sociedad moscovita, sino a otro más auténtico, lleno de dudas y búsqueda: él, por tanto, puede tocar la nieve, que es material, física (es interesante contrastar los momentos en que Anna descansa con Vronsky en un bosque al volver la mirada al cielo, los árboles reales mecidos por el viento son como un resquicio de esta realidad que ella busca desesperadamente a través del amor. Baudrillard, en Simulacra & Simulation, diría que la parte que se desarrolla en el teatro es un simulacro, mientras que la historia de Levin en el campo es una simulación: el primero ya no tiene un signo real, el segundo imita lo real: esa nieve dentro de la parte realista no es real de todos modos (es una representación de la nieve en una pantalla de cine).



La novela explora la lenta devastación de una mujer que lo ha perdido todo y que poco a poco, vencida por los celos y el dolor de no ver a su hijo, el único ser humano al que ama de manera absoluta, se cierra en sí misma hasta una especie de locura. 
Karenin, un hombre convencido de su superioridad moral pues ésta, sin cuestionamientos, discurre de acuerdo a las reglas marcadas por la religión, una mojigatería 

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