Tuesday, March 13, 2012

Mafalda

Mafalda no murió nunca, aunque Quino, preocupado por la pérdida de frescura y originalidad, dejó de crear sus tiras periódicas en 1973. Para entonces, el poderoso personaje —redicha, curiosa, solemne, inconformista, cabal— se había emancipado del creador, aunque lamafaldamanía alcanzaría proporciones universales en las décadas siguientes, con la publicación de sus libros en todo el mundo y la lluvia de honores y distinciones al dibujante. Como todos los grandes, Quino es humilde. “Es una persona absolutamente bondadosa y muy tímida que nunca intenta ser el más brillante”, subraya uno de sus mejores amigos en España, el dibujante Peridis. Del creador destaca su capacidad para inventar un mundo, “más difícil que hacer un personaje”, y su coherencia: “En Quino se da una total correspondencia entre lo que piensa, lo que cuenta y lo que dibuja; y jamás ha renunciado ni a ese estilo ni esa ideología”. Peridis siente debilidad por Manolito, que hereda de su padre tendero simpleza y tacañería y opina que “nadie puede amasar una fortuna sin hacer harina a los demás”. En los niños de Mafalda se reflejan vicios y virtudes adultas. Expresan con abrumador sentido común lo que han olvidado por alguna parte los mayores. “Yo, lo que quiero que me salga bien es la vida”, dice el metafísico Miguelito. “¿No sería hermoso el mundo si las bibliotecas fueran más importantes que los bancos?”, interpela Felipe, el más soñador. “No es cuestión de herir susceptibilidades, sino de matarlas”, sentencia Susanita, esa niña rancia, que repele porque siempre recuerda a alguien. Y el gran Guille: “¿No es increíble todo lo que puede tener dentro un lápiz?”. Colofón de la genuina Mafalda: “Como siempre; apenas uno pone los pies en la tierra se acaba la diversión”.

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