Wednesday, October 1, 2014

Wittgenstein. Reorientacion de la filosofia. Carla Cordua

"La lógica no es un cuerpo de doctrina sino la imagen del mundo en un espejo”. A los 28 años Wittgenstein dice haber resuelto todos los problemas filosóficos en su Tractatus Logico-Philosophicus y se retira de la filosofía. A los 40 recapacita, retorna a ella y le dedica el último tercio de su vida. Wittgenstein reorienta la filosofía, desechando todo afán de producir o justificar una visión del mundo. Hace de ella un proceso de investigación, que clarifica y depura los modos de decir que posibilitan las ciencias, la filosofía misma y, en particular, la auto interpretación del ser humano. La publicación póstuma de esta fase de su obra lo convierte en el filósofo con mayor influencia en la segunda mitad del siglo XX. El libro de Carla Cordua, lúcido, elocuente, bien documentado, analiza y comenta los principales aspectos del pensamiento maduro del filósofo. Escrito originalmente en castellano e ilustrado con numerosas citas traducidas directamente por la autora, ofrece una vía de acceso confiable a quien desee comprender a Wittgenstein. El propósito de la filosofía es la claridad, la comprensión clara de lo que, sin un esfuerzo especial, quedaría sumido para el filósofo en la confusión y la oscuridad. La tarea específica de la filosofía, según Wittgenstein la entiende a lo largo de toda su historia intelectual, es la elucidación o clarificación (Klärung) de los significados que forman parte de nuestras actividades y de nuestra vida. “Una obra filosófica consiste de clarificaciones” (Tractatus § 4.112). Tanto el procedimiento de la filosofía como su resultado, esto es, tanto la clarificación como la claridad, sirven para curar al pensamiento filosófico de su estado primero, el de la desorientación confusa. El filósofo trabaja principalmente sobre sí mismo (Observaciones Varias 38), dice Wittgenstein, con el propósito de sacarse de una condición inicial que le resulta insoportable. Por eso ‘claridad filosófica’ es un concepto multívoco que reune de una manera complicada y elusiva a la idea moral rectora de la existencia filosófica, a su tarea y método de trabajo y a los resultados que su actividad produce. El continuo contraste entre filosofía y ciencia, que Wittgenstein desarrolla con el propósito de fijar los caracteres respectivos de las dos formas modernas de la investigación, comprende la siguiente diferencia, entre otras: el proceso de la investigación científica parte de la ignorancia y acaba en el descubrimiento. La filosofía, en cambio, se inicia en la ilusión, en el error y la confusión, no en la ignorancia. “Hay que partir del error y conducir la 'verdad' hasta donde él se encuentra. Esto es, hay que descubrir la fuente del error pues de otro modo no nos sirve para nada escuchar la 'verdad'. Ella no puede penetrar si otra cosa ocupa su lugar... Hay que encontrar el camino que lleva del error a la verdad” (Frazer 234). El error en el punto de partida de la filosofía, como Wittgenstein la entiende, depende de que ella se ocupa de lo más familiar, el lenguaje, que dominamos sin conocerlo. Lo tenemos tan cerca que no lo vemos, sabemos usarlo sin vacilaciones pero, en vez de una visión sinóptica de sus operaciones y de su variedad, sólo tenemos representaciones turbias y enredadas (Investigaciones Filosóficas § 125). De manera que hasta lo más trivial, si lo queremos describir o examinar reflexivamente, nos suele sumir en interminables perplejidades. En conformidad con su punto de partida en lo consabido pero incomprendido, la filosofía no termina en el descubrimiento de verdades nuevas sino en la claridad que pone fin a la confusión de que padecíamos. En esta claridad que disuelve la perplejidad filosófica lucen juntamente los significados clarificados y los elementos de la confusión original. La visión global y clara de este conjunto es el único resultado de la investigación filosófica como Wittgenstein recomienda llevarla a cabo; la filosofía es una actividad que cambia al filósofo, a su pensamiento y su vida, pero no al lenguaje ordinario ni tampoco al mundo de las existencias espacio-temporales. Sólo algunos de los resultados de la elucidación filosófica son expresables en palabras, otros no. Hay asuntos que no se aclaran sino cuando desaparece una perplejidad. “La solución del problema de la vida se nota en la desaparición de este problema.—(¿No es esta la razón por la cual las personas a quienes, después de muchas dudas, se les aclara el sentido de la vida no pueden decir en qué consiste tal sentido?)” (Tractatus § 6.521). Ciertas elucidaciones se refieren a palabras y a oraciones específicas; otras conducen a replantear un problema viejo que tiende a reaparecer o enseñan a preguntar sobre un asunto de manera diferente. La filosofía consta de muchas investigaciones diversas, que coinciden, sin embargo, en el propósito de aclarar lo que pensamos y hacemos. “Investigar la naturaleza de un fenómeno es mirar más de cerca” (LPP 46-47, 5). “[La investigación filosófica] se puede comparar con la investigación precisa que lleva a cabo un contador autorizado de la conducción de un negocio al que dará un visto bueno sólo después de comprobar que las transacciones están claras. El propósito [de la investigación] es ofrecer una exposición sinóptica y comparativa de todas las aplicaciones, ilustraciones y concepciones del cálculo. Un panorama completo de todo lo que engendra oscuridades. Y esta sinopsis debe extenderse sobre un vasto territorio, pues las raíces de nuestras ideas alcanzan lejos” (Papeletas § 273). El incremento de lo que ve claramente tranquiliza al filósofo, que es alguien que quiere ver más y mejor. “La insatisfacción filosófica desaparece gracias a que vemos más” (Observaciones sobre los Fundamentos de las Matemáticas III § 85); esta será una de las convicciones permanentes de Wittgenstein: “Lo que importa es ver” (Wittgenstein & el Círculo de Viena 146). La incomprensión y la confusión se deben a la falta de visión clara (Investigaciones Filosóficas § 122), la inquietud filosófica puede ser suprimida logrando una perspectiva adecuada de los asuntos atormentadores (IF § 125). Como la filosofía no es doctrinaria ni teórica en el sentido de ofrecer explicaciones hipotéticas de fenómenos, no se propone formular verdades nuevas, hacer descubrimientos o aumentar el saber. “La filosofía no hace sino poner ahí todas las cosas” (IF § 126). Es una actividad clarificadora de lo que ya hacemos y sabemos (W&CV 78), más específicamente, de la lógica del lenguaje que es parte esencial de lo que hacemos y sabemos. Son las reglas de la sintaxis, las leyes de la formación de sistemas de oraciones, la gramática de los juegos de lenguaje, lo que principalmente tiene que llegar a ser claro mediante la investigación filosófica. Pues saber, en un sentido propio y enfático, equivale, sostiene Wittgenstein, a poder describir (IF II viii). Y una buena descripción es, precisamente, la que permite ver lo descrito con claridad; la máxima claridad la proporciona, según el filósofo, la exhibición extensa de los diversos ingredientes de una cosa y de las relaciones que mantienen entre ellos. La clarificación filosófica producirá una presentación de la manera en que las cosas que examinamos están distribuidas en un espacio (en el tiempo, por ejemplo) (IF II ix), pues nos permite abarcar las cosas y sus nexos dentro de ese campo. Nos volvemos capaces de describir de esta manera después de haber visto con claridad. De modo que la comprensión clara y satisfactoria está ligada o emparentada, para Wittgenstein, con la vista: lo que se hace manifiesto filosóficamente son relaciones conceptuales y las comprendemos de veras en la medida en que somos capaces de exhibirlas en un medio espacial donde forman una configuración abarcable por la mirada (ObV 30). Los principales medios de la exposición de configuraciones formales son los números, el espacio y el tiempo. Las formas más importantes de claridad sinóptica se logran mediante la exhibición de lo que queremos ver en uno de estos medios. Es fácil darse cuenta que la de la comprensión clara es una noción más bien estrecha del fin de la filosofía. Excluye, desde la partida, de entre sus objetos posibles, a todas las cosas que se conocen hipotéticamente, como son los objetos de las ciencias. El contenido natural de los procesos temporales, la vida mental de los seres humanos, las situaciones mundanas, en suma, la mayor parte de los objetos del conocimiento, —que se descubren de a poco, y siempre parcial y provisoriamente, desde determinado punto de vista, — no pueden ser comprendidos con la claridad que Wittgenstein espera de la filosofía debido a que es imposible exhibirlos sinópticamente. Sólo los conceptos que ya sabemos usar se prestan para ser expuestos en sus posibilidades significativas o sus diversos usos establecidos. La investigación de posibilidades conceptuales, el objeto específico de la elucidación filosófica, es una actividad en extremo especializada y es esta especificidad de la filosofía según Wittgenstein la que determina la estrechez del ideal de la claridad. Para compensar, la claridad que busca Wittgenstein se deja describir con precisión y obtener fácilmente a pesar de la variedad de las formas del lenguaje a propósito de las cuales es preciso establecerla. Hay que agregar, además, que la noción wittgensteiniana de la comprensión clara es intensa y audazmente personal. Es el agente filosófico individual el que comprende de manera adecuada al cabo de una de sus empresas clarificatorias. Toda comunicación de la claridad es adventicia. Lo queinduce a buscar la claridad es una perplejidad, un desasosiego, la tortura mental del que quiere salir de un laberinto que parece carecer de salida; el término del malestar coincide con la pacificación de la inteligencia de ese individuo por la claridad. Este final del proceso de investigar es tan personal como su motivación primera y como el esfuerzo por alcanzar la claridad y la paz anheladas. “La paz del pensamiento. Esta es la meta anhelada del que filosofa” (ObV 87). Wittgenstein desconfió siempre de que hubiera otras personas inclinadas, como él, a pensar independientemente y dudó, por eso, de que los que conocían sus trabajos pudieran comprender el sentido de lo que él tenía que decir. Aborreció la institucionalidad de la filosofía académica y, en general, se sintió ajeno a los tiempos que le habían tocado en suerte. Dice: “Nuestra civilización…es típicamente constructiva. Su actividad es levantar una estructura cada vez más complicada. Y también la claridad no le sirve a ella más que para este propósito y no constituye un fin en sí. Para mí, en cambio, la claridad, la trasparencia, es un fin en sí mismo.—No me interesa presentar una construcción sino tener delante de mí, trasparentemente, los fundamentos de las posibles construcciones. Mi meta es, pues, otra que la de los científicos y el curso de mis pensamientos, diferente del de ellos” (ObV 22). La civilización actual, que le sugiere la frase acerca de la oscuridad de los tiempos presentes, no es, en principio, favorable a la filosofía que busca la claridad. Por eso a veces le parece que el filósofo cultiva, sobre todo, su propia persona: “El trabajo filosófico...es mayormente un cultivo de uno mismo. Un trabajo que recae sobre la propia manera de entender (Auffassung), sobre el modo como uno ve las cosas. (Y lo que espera de ellas)” (ObV 38). Nada parece más simple, obvio y fácil que la claridad, en particular que la claridad de lo familiar, conocido y próximo. Sin embargo, Wittgenstein dice que la frase ‘ser claro’“está ligada con todo tipo de problemas” (IF § 30). El primero de estos problemas parece residir en que la frase ‘ser claro’ designa algo cambiante, no homogéneo, que consta de muchos casos diversos. Lo que le interesa a la filosofía, sin embargo, es la claridad conceptual y sólo ella pero, aún en este terreno reducido a la investigaciónde la gramática de los conceptos, la claridad sigue siendo varia y problemática. Las matemáticas y los colores, los fenómenos psicológicos y el estudio de los ritos religiosos, los asuntos éticos y estéticos: sobre todas estas esferas de conceptos y sobre otras espera arrojar luz la filosofía de Wittgenstein. Pero hablamos tan diversamente de unas y de otras; los juegos que acompañan los distintos tipos de actividad suelen ser enteramente diferentes entre sí. Por eso es que nuestras confusiones, que queremos superar, son distintas entre sí y necesitan tratamientos curativos diferentes. Por otra parte, ‘ser claro’ procede, como expresión, de la experiencia visual y conservará, usada para referirse al pensamiento y a la comprensión de nuestras operaciones lingüísticas, su condición de imagen más o menos adecuada de la exposición o explicación de nuestros conceptos. Un filósofo que insistiera en la inespacialidad del pensamiento tendría que decir que la metáfora oculta tanto como revela. Pero éste en particular resultará ser un inconveniente menor para Wittgenstein, que exigirá, para considerar clara la explicitación de un concepto o de una relación formal, que la organización de sus diversas partes sea desplegada como un esquema o en una exposición representativa abarcable por el golpe de vista. La explicitación wittgensteiniana se afinca, pues, en el terreno de la claridad visual y saca de allí buena parte de su inspiración y de las directivas metodológicas para una filosofía no teórica de las relaciones entre conceptos. La idea de la representación lingüística o pictórica en el Tractatus es una buena ilustración de la importancia del pensamiento que aspira a visualizar en la obra de Wittgenstein. Aunque el filósofo abandona más tarde la concepción del lenguaje a que pertenece la idea de representación pictórica, ésta sirve para exhibir una tendencia del modo de pensar que se hará presente de diversas maneras en sus escritos y, en particular, a propósito del ideal de la claridad. El lenguaje todo, la oración, la proposición elemental son, dice el Tractatus, representaciones de lo que significan gracias a que se parecen o comparten algunos rasgos con aquello a que se refieren. “En la representación y lo representado tiene que haber algo idéntico para que lo uno pueda ser una pintura de lo otro” (T § 2.161). Wittgenstein ofrece ejemplos muy variados de la relación representativa; cabe distinguirlos por el grado de la similitud visual entre los términos: retratos, dibujos, mapas, fotografías, modelos tridimensionales como maquetas, partituras musicales, etc. Lo que Wittgenstein llama en este libro ‘la representación lógica’ (das logische Bild: T § 2.181) puede parecer que carece de la connotación visual que caracteriza a casi todos los otros ejemplos de representación. Me parece que ello no es así, sin embargo, debido a que Wittgenstein extiende el vocabulario de la vista también hasta donde se trata de lo invisible. En efecto, la realidad y la representación lingüística comparten, según el Tractatus, nada menos que la forma lógica. “Lo que toda representación pictórica (Bild), no importa de qué clase sea, tiene que tener en común con la realidad para poder representarla correcta o incorrectamente, es la forma lógica, esto es, la forma de la realidad” (T § 2.18). Que las formas, en el sentido original de la palabra, son visuales resulta difícil de negar. Aunque la obtención de una visión sinóptica clara, el acceso a una perspectiva desde la que se puede dominar visualmente un complejo de funciones diversas, tiene cierta preponderancia entre los resultados de la filosofía, como Wittgenstein la concibe, otros papeles de la claridad le interesan también. Desde temprano Wittgenstein destaca la clarificación lógica de los pensamientos, la claridad de las oraciones de la lógica (T §§ 4.112, 4.116, 6.112) como tareas de la filosofía. La palabra Erläuterung (elucidación o clarificación) aparece en el Tractatus en una doble función; por una parte es el nombre técnico de las seudo-oraciones filosóficas (de que consta el texto del libro de 1921) y, por la otra, designa a la tarea peculiar de la filosofía y su resultado. Ella clarifica el lenguaje ordinario y el pensamiento. Mediante el estudio de los fenómenos lingüísticos se obtiene, dicen las Investigaciones filosóficas, “una visión clara del propósito y del funcionamiento de las palabras” (IF § 5). En estos casos, en que se trata de comprender con claridad las reglas de que depende el uso de las palabras, de poder pensarlas libres de confusión y turbiedad, la claridad filosófica tiene un carácter netamente intelectual. La investigación de la lógica del lenguaje no exige, como la clarificación de ciertos problemas éticos y estéticos, por ejemplo, la ordenación previa de los datos empíricos disponibles. Pues“el lenguaje ya está perfectamente ordenado. La dificultad reside exclusivamente en hacer que la sintaxis sea simple y sinópticamente abarcable” (W&CV 46). Asimismo,cuando se alcanza la inteligencia de las articulaciones de una estructura complicada que la hacen capaz de desempeñar diversas funciones, la claridad es solamente una característica del pensamiento que capta las leyes de la que dependen aquellas funciones (T § 5.45 y 5.46; IF §§ 66, 122). Pero la claridad total a la que Wittgenstein declara aspirar en último término (Correspondencia Russell, Keynes, Moore 45; IF § 133) difiere de las formas instrumentales de claridad. Pues lo que el filósofo llama ‘claridad perfecta’ equivale a la completa eliminación (IF § 133) de lo inquietante y capaz de torturar: cuando el filósofo deja de sufrir sus perplejidades y ve que los problemas que lo atormentaban han desaparecido, cuando puede, a voluntad, dejar de hacer filosofía, la claridad lograda tiene para él, antes que nada, un carácter moral (T § 6.521) que le cambia la existencia. Después de haber llegado a creer, en efecto, que el Tractatus resolvía los problemas de la filosofía en forma definitiva, Wittgenstein abandona, consecuentemente, la actividad filosófica. Sólo la retoma cuando ve que aquellos planteamientos eran en parte el producto de diversas confusiones y errores. Su vuelta a la filosofía está determinada por el descubrimiento de los enredos que todavía hace falta deshacer. Además de las mencionadas, la claridad filosófica tiene ciertas funciones indirectas de gran importancia. Con exponer claramente lo que se deja decir, la filosofía consigue‘significar’ (bedeuten), dice Wittgenstein, lo inefable (T § 4.115). Por obra suya el límite entre lo decible y lo indecible se modifica; en vez de una frontera impasable, cuya violación se pagaría con la pérdida del sentido en la expresión y en la comunicación, la claridad filosófica crea un contraste revelador, gracias al que se exhiben, por una parte, los límites del lenguaje y puede, por la otra, mostrarse desde sí (T § 4.121) lo que por quedar más allá de ellos no se deja decir. La comprensión de que el lenguaje tiene límites puede inducir a guardar el silencio en el que se muestra lo que no puede ser dicho con sentido. Tanto en el Prólogo del Tractatus como en su sección final (T § 7) se habla del callar o guardar silencio (Schweigen) en imperativo: es algo que, en ciertas condiciones, debemos hacer. Pero es manifiesto que sólo podremos cumplir con esta obligación de respetar los límites de lo decible si antes conseguimos hablar con claridad y ver, idealmente con penetración perfecta, cómo funciona el lenguaje. La orientación moral del Tractatus está estrechamente ligada con estos servicios que puede prestar la claridad filosófica y con el cambio en la existenciadel filósofo que trae la pacificación del intelecto cuando puede dejar de hacer filosofía. En las Investigaciones filosóficas, dominadas por la moral del escrutinio y la explicitación del lenguaje tal como es, y no por la moral del respeto silencioso frente ala revelación de lo místico, los imperativos que encontramos tienden a ser los del investigador metódico que quiere enseñar a hacer filosofía de otra manera que la tradicional; sin embargo, todavía hay en este libro una prolongación del antiguo tema de los límites del lenguaje. “Los resultados de la filosofía son el descubrimiento de algunos casos de simple sinsentido (Unsinn) y el de los chichones que se ha conseguido el entendimiento chocando contra los límites del lenguaje. Ellos, los chichones, nos permiten conocer el verdadero valor de aquel descubrimiento” (IF § 119). La perspectiva lógica de la investigación enseña a respetar los límites del lenguaje, que no se dejan modificar por la actividad filosófica, que es una entre otras actividades que sólo se pueden llevar a cabo más acá de tales límites. La claridad filosófica representa siempre un triunfo sobre los varios obstáculos que dificultan que la lógica del lenguaje quede de manifiesto patentemente. En parte, estos obstáculos residen en el lenguaje mismo, que tiende a exhibir los asuntos de que trata y a desaparecer como exhibición que dispone de muchos recursos diversos, y, en parte, las dificultades que encuentra la clarificación filosófica dependen de nosotros. Las confusiones en que incurrimos por prejuicio, pereza, precipitación, irreflexión y motivados por inclinaciones que no controlamos, resultan difíciles de superar. Estamos acostumbrados a no ver con claridad cómo usamos el lenguaje (IF §§ 89, 129, 415). Peor aún, sostiene Wittgenstein, estamos dominados por un impulso natural a mal entender el funcionamiento del lenguaje (CAM 43; IF § 109). Por eso se justifica que Wittgenstein se refiera a la filosofía como “una lucha contra el embrujamiento de nuestra inteligencia por los recursos del lenguaje” (IF § 109; cf. §§ 194, 196, 308, 339-40). Lo que vemos y comprendemos depende, además, de ciertas condiciones de la vida colectiva e individual; estas condiciones posibilitantes, consideradas desde otras formas de vida humana perfectamente concebibles o imaginables, son restricciones e impedimentos de la inteligencia, que nos ocultan lo que veríamos si nuestra perspectiva fuese diferente. Wittgenstein suele hablar de la mitología depositada en nuestro lenguaje y ligada estrechamente con nuestra visión del mundo (CAM 28, 57, 59, 60, 66, 70). Por otra parte, la falta de uniformidad del lenguaje constituye una dificultad objetiva enorme para la exposición filosófica. En vista de ello, la claridad debe ser entendida como un logro, el producto de una actividad que se puede aprender a llevar a cabo metódicamente. “Si le preocupa y perturba la naturaleza del pensamiento, de la creencia, del conocimiento y de cosas análogas, sustituya el pensamiento, etc., por la expresión verbal del pensamiento. La dificultad de esta sustitución es al mismo tiempo el propósito de hacerla. Se trata de esto: la expresión de la creencia, del pensamiento, etc. no es más que una oración. Y una oración tiene sentido sólo como miembro de un sistema lingüístico, como una expresión dentro de un cálculo” (CAM 42). La claridad que se logra metódicamente según las instrucciones de Wittgenstein es bien específica: pone de manifiesto no cualquier cosa al azar sino los usos regulares del lenguaje. Porque la filosofía considera sólo cuestiones conceptuales, su campo de investigación es la operación usual del lenguaje, de sus partes y de las funciones de éstas. Las diversas variantes de la claridad filosófica se producen todas a propósito de investigaciones lingüísticas, también las que pueden ser llamadas morales, debido a que transforman el modo de vida del filósofo y podrían tener efectos culturales de vasto alcance. La actividad moral, como cualquier otra actividad humana, está estrechamente entremezclada con sus juegos de lenguaje. En ellos la estudia la filosofía y reflexionando sobre estos juegos hace patentes las condiciones lógicas de las que dependen sus posibilidades internas tanto prácticas como lingüísticas. Las tareas explicativas de la ciencia y la filosofía son diferentes; en una ocasión Wittgenstein las compara así: “La ciencia construye una casa con ladrillos que, una vez colocados, no se vuelven a tocar. La filosofía ordena una habitación y tiene por eso que tocar las mismas cosas muchas veces. La esencia de este procedimiento es que comienza con un enredo; no nos importa ser confusos con tal que la confusión se aclare poco a poco” (LCam30–32, 42). Esta supuesta diferencia entre ciencia y filosofía está ligada con el distingo wittgensteiniano entre la explicación científica y la explicación descriptiva de expresiones simbólicas. Wittgenstein usa a veces la misma palabra para nombrarlas, Explikation, pero si se considera el contexto de lo que dice rápidamente nos convencemos que no las confunde nunca. Al punto de que sostiene lo que, considerado desde fuera, se podría llamar un dualismo meteorológico. “No estamos interesados en el pensamiento desde un punto de vista psicológico, en sus condiciones, causas y efectos; estamos interesados en el pensamiento en cuanto proceso simbólico”. “Un símbolo es un signo junto con todas las condiciones necesarias para darle significación. ‘Comprender’ quiere decir captar el símbolo, no el hecho; y la comprensión es lo que brinda una explicación (no una droga o un agente externo). La explicación le agrega algo al símbolo, nos da más de dónde agarrarnos. El símbolo es autocontenido en algún sentido; se lo capta como un todo. No apunta hacia algo fuera de él, no anticipa otra cosa de una manera oscura. La comprensión de un símbolo no implica un conocimiento de si el mismo es verdadero o falso; para esto se requiere, además, el hecho” (LCam30–32, 42–43). “Una explicación lógica es muy diferente de una explicación física” (LCam30–32, 55). La claridad, decíamos, resulta del escrutinio metódico del lenguaje y de la descripciónde sus usos. Negativamente, se puede decir, es posible alcanzarla evitando tanto la tendencia a teorizar como la generalidad hipermétrope. “Nuestro método es puramente descriptivo; las descripciones que damos no son indicios de explicaciones”(CAM 125). Esto es: la descripción no es ni un mero paso preparatorio de la formulación de hipótesis, leyes o tesis ni un procedimiento que se limita a señalar en la dirección de lo que no se puede describir, sea porque la esencia está oculta detrás de las apariencias, sea porque sólo se la puede conocer de otra manera que describiendo. “Nosotros no debemos erigir ninguna clase de teoría. No debe haber nada hipotético en nuestras consideraciones. Toda explicación tiene que desaparecer y ser sustituida por la sola descripción” (IF § 109). Las operaciones del lenguaje, que son enormemente diversas, serán descritas en su singularidad; es preciso aprender a controlar nuestra tendencia impensante a generalizar. Los términos generales no sólo no nos ayudan a ver y respetar la particularidad sino nos impiden verla. “Si se considera el ejemplo del § 1 es tal vez posible barruntar hasta qué punto el concepto general del significado de las palabras rodea el funcionamiento del lenguaje con una bruma que hace imposible la visión clara” (IF § 5). Sabemos que Wittgenstein subraya los varios peligros de la generalización. La generalidad más abarcante suele pertenecer al modo de representación de las cosas y su interpretación puede ocasionar muchos errores si no vemos que su universalidad incondicionada le viene de su carácter lógico-gramatical (IF § 104). Otras generalizaciones, especialmente la de los términos que designan lo que las cosas de una clase tienen en común, ejercen una gran atracción sobre nosotros, sostiene Wittgenstein, debido a nuestro menosprecio de los casos particulares. Los filósofos quieren generalizar como los científicos; están hoy día culturalmente condicionados a imitarlos, sobre todo a imitar su método (CAM 18; GF Anhang, Parte II-9, 272). Pero la‘sed de generalización’, que tiene varias raíces, está también estrechamente ligada con la convicción de la inferioridad lógica de lo singular. “El desprecio de lo que parecemenos general en lógica nace de la idea de que se trata de algo incompleto” (CAM19). Pero, declara Wittgenstein, lo general o común no es más interesante para nosotros que las diferencias entre las cosas. “Esto caracteriza nuestra manera de pensar” (CAM 19). La mayor objeción contra la generalidad, sin embargo, es que no deja ver lo específico. Como la educación moderna nos da sin más la enfermedad de la hipermetropía —un defecto de la visión que consiste en percibir confusamente los objetos próximos debido a que su imagen se forma más allá de la retina— debemos reeducarnos en la atención de lo singular, en la capacidad de ver con claridad lo que habitualmente se nos oculta. La crítica wittgensteiniana de la teoría y de la explicación que se practica en las ciencias, les contrapone la posibilidad de otros modos de explicación aclaratoria, que serían más adecuados para los efectos de entender el sentido de las cosas, que la explicación hipotética. La exposición sinóptica del esquema de un proceso de desarrollo o de una colección de datos, declara Wittgenstein en sus observaciones críticas sobre el libro de Frazer, representa la manera adecuada de aclarar el sentido de lo que se trata de comprender en este y otros casos. “El concepto de la exposición sinóptica (die übersichtliche Darstellung) es de importancia fundamental para nosotros. Representa nuestra manera de exponer, la manera como vemos las cosas... Esta exposición sinóptica procura la comprensión, que consiste, precisamente, en que ‘vemos las conexiones’” (Frazer 241). Cuando lo que se trata de aclarar son las relaciones de un conjunto complejo de cosas diferentes, la exposición adecuada de las mismas presupone un ordenamiento de la diversidad que ponga en evidencia las conexiones interesantes. “Imagina que alguien quiere darte una idea de las características faciales de cierta familia, los Menganos; lo haríamos trándote un conjunto de retratos de familia y señalando a tu atención ciertos rasgos característicos. Su principal tarea consistiría en hacer un arreglo adecuado de estos retratos, que te permitiría ver, por ejemplo, cómo ciertas influencias cambian gradualmente los rasgos, de qué modo característico envejecen los miembros de la familia, qué rasgos se acentúan a medida que envejecen” (CAM 125). El asunto principal de Wittgenstein, la lógica del lenguaje, no es, como él lo concibe, una explicación hipotética o teoría de algo, que se deje exponer y comunicar discursivamente, sino la exhibición del retículo de las varias articulaciones del lenguaje ordinario, del tejido de reglas que guían a las aplicaciones usuales de las palabras, las relaciones internas entre símbolos que establecen de antemano lo que será posible decir y necesario hacer con los símbolos conocidos para hablar con sentido. Pero la lógica en este sentido, presupuesta por todo discurso, resulta ser, en último término, inefable. Ni el lenguaje ni el pensamiento pueden retroceder a una posición en la cual esta condición lógica suya se les presente como un objeto descriptible. En consecuencia, si la filosofía es descripción de los usos lingüísticos, como la piensa Wittgenstein a partir de 1930, ella no se refiere a las cosas sino a una actividad humana que es, desde el punto de vista lógico o del significado, el contexto de las cosas y las existencias mundanas. Esta descripción filosófica de las articulaciones del lenguaje no consta de proposiciones fácticas en sentido estricto. En efecto, la filosofía no se caracteriza, para Wittgenstein, ni por ser un discurso revelador que nos lleva a descubrir cosas nuevas, ni por la peculiaridad de su objeto ni, en general, por sus resultados cognoscitivos. Aunque con gran dificultad, el filósofo puede llegar a ver o a entender la gramática de una expresión, sus reglas de uso; a partir de tal comprensión clara de lo que antes era confuso para él y para otros hablantes, describirá indirectamente la lógica del lenguaje, pero no podrá decirla o explicarla de la manera directa e inmediata como hacen con sus temas quienes establecen teorías sobre cuestiones objetivas. La convicción de que es imposible exponer verbalmente o explicar la lógica está formulada ya en el Tractatus, mucho antes de que acabaran de madurar las nociones de Wittgenstein sobre las posibilidades de la actividad filosófica, sobre sus propósitos y sus limitaciones. Ciertos aspectos negativos de estas convicciones maduras están ahí, sin embargo, desde un comienzo. “La lógica no es un cuerpo de doctrina sino la imagen del mundo en un espejo”. http://www.memoriachilena.cl/archivos2/pdfs/MC0031092.pdf

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