MaRTIN TANAKA
Volpi y el Perú
Artículo publicado en La República, domingo 4 de abril de 2010
Recomiendo la lectura del sugerente y provocador libro del escritor mexicano Jorge Volpi, El insomnio de Bolívar. Cuatro consideraciones intempestivas sobre América Latina en el siglo XXI(Buenos Aires, Debate, 2009). El autor plantea en él una mirada paralela entre la política y los escritores latinoamericanos. Así, de un lado, nuestros países habrían dejando atrás su larga historia de dictadores sanguinarios y revolucionarios románticos y, mal que bien, se habrían convertido en las últimas décadas en países democráticos más “normales”; del otro, los escritores latinoamericanos nacidos después de 1960 habrían dejado atrás el paradigma del realismo mágico y el ideal del escritor comprometido, cada quien escribiría según intereses muy particulares y personales, con lo cual no podría hablarse de una “literatura latinoamericana”.
Esto no significa que nuestras democracias funcionen bien: tenemos enormes problemas sociales, una desigualdad escandalosa en la distribución de la riqueza, que facilitan la irrupción de caudillismos y nuevos discursos fundacionales, aunque para Volpi no serían más que una “resurrección de los muertos vivientes”. De otro lado, no es que los escritores recientes hayan abandonado del todo temas políticos o sociales; precisamente en esta categoría aparecen mencionados varios autores peruanos: Santiago Roncagliolo, Daniel Alarcón, Iván Thays. Sin embargo, sus miradas serían “pospolíticas”, “postideológicas”, desencantadas.
¿Es el análisis de Volpi pertinente para nosotros? Más todavía, ¿se puede extender su análisis al conjunto de intelectuales y creadores? En las ciencias sociales podríamos decir que a la “generación de 1968” de la que hablaba Alberto Flores Galindo, marcada por la influencia del marxismo (tanto en términos teóricos como en el mandato del compromiso político), le sucedería una “generación” que no es una generación propiamente dicha, en tanto no se reconocería en referentes comunes o alguna tarea colectiva o misión histórica. Por lo que estaría marcada es por un compromiso con la solvencia y calidad profesional de su trabajo, con una identificación con el país, pero sin un mandato de militancia. ¿Podríamos entender mejor el trabajo de las nuevas hornadas de politólogos, sociólogos, historiadores, desde estos parámetros? ¿Y qué decir de los creadores? En general parece primar una suerte de fidelidad a una visión personal desde estándares globales, al margen de consideraciones ideológicas: ¿se puede leer así el cine de Claudia Llosa o Josué Méndez?
Si esta línea de exploración está razonablemente encaminada, ¿qué ventajas y desventajas tendrían las formas de trabajo más recientes? Se puede haber ganado en competencia profesional, pero la pérdida de referentes colectivos puede llevar a una menor relevancia en cuanto a la selección de temas y asuntos de preocupación, y al riesgo de una suerte de subjetivismo narcicista. Da para discutirlo mucho más.
Recomiendo la lectura del sugerente y provocador libro del escritor mexicano Jorge Volpi, El insomnio de Bolívar. Cuatro consideraciones intempestivas sobre América Latina en el siglo XXI(Buenos Aires, Debate, 2009). El autor plantea en él una mirada paralela entre la política y los escritores latinoamericanos. Así, de un lado, nuestros países habrían dejando atrás su larga historia de dictadores sanguinarios y revolucionarios románticos y, mal que bien, se habrían convertido en las últimas décadas en países democráticos más “normales”; del otro, los escritores latinoamericanos nacidos después de 1960 habrían dejado atrás el paradigma del realismo mágico y el ideal del escritor comprometido, cada quien escribiría según intereses muy particulares y personales, con lo cual no podría hablarse de una “literatura latinoamericana”.
Esto no significa que nuestras democracias funcionen bien: tenemos enormes problemas sociales, una desigualdad escandalosa en la distribución de la riqueza, que facilitan la irrupción de caudillismos y nuevos discursos fundacionales, aunque para Volpi no serían más que una “resurrección de los muertos vivientes”. De otro lado, no es que los escritores recientes hayan abandonado del todo temas políticos o sociales; precisamente en esta categoría aparecen mencionados varios autores peruanos: Santiago Roncagliolo, Daniel Alarcón, Iván Thays. Sin embargo, sus miradas serían “pospolíticas”, “postideológicas”, desencantadas.
¿Es el análisis de Volpi pertinente para nosotros? Más todavía, ¿se puede extender su análisis al conjunto de intelectuales y creadores? En las ciencias sociales podríamos decir que a la “generación de 1968” de la que hablaba Alberto Flores Galindo, marcada por la influencia del marxismo (tanto en términos teóricos como en el mandato del compromiso político), le sucedería una “generación” que no es una generación propiamente dicha, en tanto no se reconocería en referentes comunes o alguna tarea colectiva o misión histórica. Por lo que estaría marcada es por un compromiso con la solvencia y calidad profesional de su trabajo, con una identificación con el país, pero sin un mandato de militancia. ¿Podríamos entender mejor el trabajo de las nuevas hornadas de politólogos, sociólogos, historiadores, desde estos parámetros? ¿Y qué decir de los creadores? En general parece primar una suerte de fidelidad a una visión personal desde estándares globales, al margen de consideraciones ideológicas: ¿se puede leer así el cine de Claudia Llosa o Josué Méndez?
Si esta línea de exploración está razonablemente encaminada, ¿qué ventajas y desventajas tendrían las formas de trabajo más recientes? Se puede haber ganado en competencia profesional, pero la pérdida de referentes colectivos puede llevar a una menor relevancia en cuanto a la selección de temas y asuntos de preocupación, y al riesgo de una suerte de subjetivismo narcicista. Da para discutirlo mucho más.
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